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Aquellos pueblos gallegos abandonados, y los que nos quedan

Este artículo está escrito en el año 1999. Recoge el testimonio de mi abuela y mi tía sobre la vida de un joven maestro de pueblo andaluz, Juan García-Fuentes Grosso, nacido poco antes de la guerra, y sus años en Marce, una aldea del sur de la provincia de Lugo, en el municipio de Ferreira de Pantón.

Por circunstancias de la vida visité esta aldea a finales de los 90. Me recorrió un escalofrío cuando nos abrieron la vieja escuela y pude leer en la pizarra la lección del último día de clase, en el año 85. Los pupitres, los tinteros, algunos mapas y muchos viejos objetos estaban aún allí, desafiando el paso del tiempo.

A quien pueda interesar, y para evitar que pequeños trozos de la historia reciente se vayan perdiendo, lo publico ahora en este blog, habiéndolo rescatado del olvido y de un disquete de ordenador de los que los menores de 30 años ni habréis oído hablar.

***

En la actualidad ‑según el censo de 1996‑ existen en Galicia cientos de aldeas, lugares o caseríos que carecen de habitantes o están en estado de incipiente despoblación. Sólo en la provincia de Lugo, son más de 700 los que están habitados por tres o menos habitantes. Hacer un recuento riguroso sería un trabajo ímprobo además de estéril. Es difícil porque habría que leer las miles de páginas del censo para ir anotando uno por uno los nombres de los lugares, comprobando que sólo quedan un par de vecinos, ya que no hay ningún estudio ni estadística que diga que las aldeas gallegas se están quedando sin habitantes; sólo gráficos y gráficos que aluden a los avances que en todos los sectores se han llevado a cabo en los últimos años. Y es inútil porque es muy poco lo que se puede hacer para frenar el fenómeno. En otras comunidades, como Castilla La Mancha  o Extremadura, el Ministerio de Educación y Cultura ha convocado ayudas para la recuperación y utilización educativa de pueblos abandonados. Quizá no queden habitantes pero al menos pueden visitarse y recorrerse contemplando como en un museo los usos y costumbres del medio rural de hace no muchos años. La historia de Don Juan, un maestro de pueblo, sirve para ilustrar lo que fueron los últimos años de una aldea floreciente de las riberas del Miño. 

 

Don Juan nació en 1920 en el barrio sevillano de Triana, en la Puerta de la Carne. Era el pequeño de cinco hermanos. A los 20 años aprobó el examen de ingreso en la Escuela Naval Militar, pero su pánico al mar le llevó a estudiar Magisterio por un plan especial trazado en la posguerra. Preparó las oposiciones y obtuvo una plaza en un remoto pueblo de Galicia: Navia de Suarna. Como los tiempos no eran fáciles para nadie hizo las maletas y se fue, dispuesto a convertirse en un maestro de pueblo.

Un compañero suyo había sido destinado a una aldea más perdida aún: Marce. Pero por avatares de la vida había conocido a una chica en Navia y se habían hecho novios. Así que pidió a Don Juan que se marchase a Marce y le dejase Navia; no tuvo que insistir mucho, lo consiguió. En 1941 Don Juan llegó a su nueva escuela.

 

Don Ramón Castro López, párroco de Vilar de Ortelle, publicó en 1929 un libro en el que describe la parroquia que atendió durante años. En concreto, se detiene a detallar lo que fue la aldea más grande y poblada de toda la parroquia. En la fecha del libro su autor indica que cuenta con cincuenta vecinos, y antes de las corrientes emigratorias, llegó a tener sesenta, y aún más[1]. Años después, en 1974, la Enciclopedia Gallega describe el lugar y señala que tiene 120 habitantes. Aquí empieza a vislumbrarse el drama que se hará extensible a multitud de pueblos y aldeas de toda Galicia, y también de otras comunidades como Castilla y León, Castilla la Mancha, etc.: la despoblación de las zonas rurales en favor de las urbanas. En la actualidad ‑1999‑ Marce cuenta con 5 viviendas ocupadas, alrededor de 10 habitantes.

 

La aldea que Don Juan se encontró está situada en una de las zonas más bellas del interior de Galicia. Según la describe Castro López: A la margen izquierda del poético Río Miño, y bordeada al Occidente por este río[2]. Como el terreno es inclinado las casas, de piedra y pizarra, se reparten por la ladera con grandes desniveles, y los caminos sin asfaltar ascienden y descienden de modo bastante desordenado. Las escuelas rurales de entonces carecían de muchos medios. En Marce, sin embargo, encontró el joven maestro luz eléctrica y una carretera asfaltada.

 

De Marce habían emigrado a América muchos vecinos. La mayoría se quedaron allí para siempre, pero cuando hicieron fortuna no olvidaron enviar ayudas para su tierra natal. Uno de los que volvió, Manueliño, fue encargado de distribuir las ayudas económicas del ultramar. Empleó parte del dinero de la Sociedad de Amigos de Buenos Aires en hacer un ramal de carretera que llegara hasta el centro del pueblo ‑es la carretera que se conserva en la actualidad y el resto en poner luz eléctrica, privilegio del que aún carecían entonces multitud de pueblos y aldeas. Se construyó también una gran torre con un reloj en su parte más alta. Cumplía dos funciones: reloj público y pararrayos. El primero se oía en toda la margen del Miño a lo largo de muchos kilómetros, también en la orilla de enfrente, y el segundo defendía a todas las casas de las frecuentes tormentas. Hoy el único recuerdo que queda de esas ayudas, además del que pervive en las mentes de sus habitantes, son las placas de piedra en la pared de la Torre y de la Escuela. Para verlas y leerlas hay que buscar en sus fachadas y apartar alguna que otra rama de árbol que la oculta.

 

Además de construir la carretera, Manueliño, había instaurado una costumbre que se inspiraba en los usos de la época de la República: o día dos camiños. Los jueves por la tarde se tocaba la campana de la Iglesia. Acudían al oírla todos los hombres del pueblo con azadas y otros aperos de labranza. Se reunían para decidir qué camino arreglaban y entonces se acercaban hasta allí y se ponían manos a la obra. Gracias a esto el pueblo tuvo un aspecto más aliñado durante muchos años. Hoy la vegetación oculta muchos de ellos, además de algunas casas y cobertizos.

 

Don Juan se hospedó en casa de una indiana cubana, Doña Panchita, que había empleado sus ahorros en construir una pequeña casa colonial, al estilo de las de su país. Era una de las pocas que tenía un pequeño cuarto de baño. Organizó y puso en marcha la escuela que se componía de dos aulas ‑una para niñas y otra para niños y una pequeña vivienda con entrada independiente que él nunca llegó a habitar. Presidían la clase, como era habitual en los colegios de la época, un retrato de Franco, un crucifijo y un cuadro de la Virgen. También había un mapa de España, una pequeña pizarra y una estantería con libros. Revolviendo en los cajones de la mesa del profesor, que sigue en el mismo lugar que hace cincuenta años, se pueden encontrar los boletines de notas de muchos que ahora ya tienen hijos y nietos. Están algo carcomidos por los ratones, pero ahí están las fotos escolares, y la inconfundible caligrafía de un maestro de la posguerra española. Se las ve a ellas con tirabuzones y a ellos con el pelo muy corto, casi rapado. Detrás, el gran mapa de España, con su peculiar distribución del país en regiones que no son las de ahora. Y todo sigue allí, como si el tiempo se hubiera detenido, exactamente igual que el día que se cerró la Escuela por falta de alumnos.

 

Y Don Juan se casó, con la hija mediana de Manueliño, que tenía quince años. Así que se mudó a la casa de sus suegros: A Casa da Vila. Los abuelos de ella procedían de la Casa de Amboade, un feudo de los condes de Lemos. Muy cerca de este lugar hay un castro celta, desde él se ve el Castillo de Monforte. Tiempo atrás sus habitantes habían sido muy ricos. Tanto, que cuenta la leyenda, que cuando alguien se acercaba e intentaba robarles los ahuyentaban tirándoles onzas de oro. También hay otros castros en la zona. De el de Guítara, a seis kilómetros de Ferreira, cuentan que estaba comunicado con el de Santa Mariña, cerca de Marce, mediante un camino subterráneo, y que ambos estaban unidos bajo tierra por una cadena de oro. En algunos puntos, ésta, iba tan a ras de tierra, que los carros al pasar la rozaban. Otra leyenda señala que un grupo de vecinos, guiados por un libro de un vecino de Eiré ‑una parroquia limítrofe realizaron excavaciones y mientras unos hacían el trabajo, otros leían el libro y oraban, para espantar a los demonios[3].

Comenzaron a sucederse los cursos escolares en el pequeño colegio. Don Juan, acostumbrado a la dieta mediterránea, comenzó a padecer una úlcera ya que en la Galicia rural la gastronomía se sirve bastante del tocino y sus derivados. Pero siguió adelante. Vio que muchos padres de sus alumnos carecían de conocimientos básicos, no para el campo pero sí para la vida, así que montó una escuela de adultos en sus ratos libres. Las clases tenían lugar al terminar la jornada de tareas agrícolas de los vecinos. Les enseñó a leer y escribir, y también algo de castellano para manejarse en la ciudad. No dejó de lado el gallego y sus costumbres a pesar de ser sevillano, porque al poco tiempo organizó lo que se llamó el Cuadro Artístico de Marce, algo insólito en la Galicia del momento. Era una escuela de teatro, también en los momentos en que no estaban ni él ni los vecinos trabajando o en la escuela. Reunía a chicos y chicas y ensayaban obras de teatro y recitales. Primero lo representaban en la aldea pero pronto comenzaron a hacerse conocidos en la comarca y a desplazarse a otros pueblos. Terminó por ser un espectáculo digno de verse. Interpretaban sainetes de los hermanos Quintero y de Muñoz Seca. Recitaban a Rosalía y Curros Enríquez. Bailaban piezas regionales vestidos con los trajes típicos. Tocaban la gaita ‑de oído‑ el tambor y el bombo. Y en los intermedios, mientras se cambiaban de ropa, salía un paisano del pueblo que entretenía al auditorio despojándose de los múltiples chalecos que llevaba, y les hacía reír con un montón de trucos y artimañas. El showman, al presentarlos, decía siempre aquí están las chicas de Marce que salen a actuar sin pintarse la cara, porque no lo necesitan. Cuando la orquesta no podía conseguir instrumentos musicales para las funciones, ponían unas cortinas y tocaban sin que se les viera. Usaban cajas de lata a modo de tambor, y un albañil, Luis do Barreiro, que según se dice era feo como la noche, hacía un montón de ruidos imitando gaitas, platillos, y bombos con la boca. Nos llamaban de todas partes ‑recuerda Carmen‑ estuvimos en Ferreira, Peares, Monforte y Escairón. Habíamos tenido mucho éxito.

En el año 57 contrataron una misión en la parroquia de Vilar de Ortelle. Era frecuente que se llamara de los pueblos a afamados predicadores jesuitas para impartir algunas sesiones a sus habitantes. Pidieron un lugar con luz y baño, porque traían máquinas de afeitar eléctricas y aparatos de radio. Los mandaron a la Casa da Vila, por estar en la aldea más numerosa y poseer estos adelantos técnicos. Estos datos son indicativos del estado de Marce en la época y contrastan con su situación actual de abandono.

En Marce casi todos vivían de la agricultura y la ganadería. Había dos casas de abolengo, a casa da Vila y a casa da Fonte, ambas emparentadas con la casa de Amboade. En esta última vivió la madre de Raimunda, mujer de Manueliño. Cuando ya no podía valerse por sí misma y la mayoría de los habitantes del caserío se habían marchado o habían muerto se bajó a vivir con su hija, a la casa da Vila. Posteriormente unos desconocidos desvalijaron lo que de señorial permanecía en Amboade e incendiaron la casa. Hoy pueden verse en lo alto de la montaña, un par de kilómetros más arriba de Marce, los restos de una pared de piedra prácticamente ocultos por la espesa vegetación. El resto de los sillares fueron también robados. Es lo que queda del feudo de los condes de Lemos en este lugar.

Don Juan pasó a ser pronto en el pueblo una autoridad. Hasta su llegada las compras y ventas de tierras se iban a hacer a Monforte. Pero mientras él estuvo de maestro en la aldea realizó numerosas escrituras, testamentos, y todo tipo de textos burocráticos que luego se llevaban a sellar oficialmente. El médico más cercano estaba a diez kilómetros, así que cuando alguien se ponía enfermo iban a buscarlo a caballo. Le contaban los síntomas y escribía una nota que luego Don Juan leía; a menudo se dedicaba a recorrer el pueblo poniendo las inyecciones que habían sido recetadas a unos y a otros.

En la aldea había también una tienda desde antes de 1947. Era de Manueliño y en ella podía encontrarse lo que los vecinos no obtenían de sus cultivos: aceite, azúcar, patatas, latas de conserva, galletas, pastas y arroces. Los vecinos acudían allí con las típicas cartillas de racionamiento de la posguerra. También estaba en el pueblo el único molino eléctrico de toda la zona; los demás eran de agua. Venía gente a moler de muchos sitios y su dueño les cobraba en especies, por cada ferrado un maquiote.

Pronto llamaron a Don Juan para que formara parte de la Corporación Municipal del Ayuntamiento de Ferreira de Pantón. Allí conoció a Ramiro, un farmacéutico que sería después un gran amigo. Desde entonces, y cuando tuvo una Vespa, incluyó una nueva obligación en su apretada agenda: acudir a los Plenos del ayuntamiento. Pero la escuela seguía en marcha y había ido dando sus primeros frutos en la formación cultural de los niños del pueblo. Sus métodos eran además muy didácticos, ya que se había inventado una caja llena de papeles con preguntas sobre las materias que impartía, al estilo de los concursos de la televisión de aquellos años. Así os rapaces tamén se divertían, comenta Alsira. De vez en cuando pasaban por las escuelas los inspectores. A Don Juan le tocó uno de los más duros, se llamaba Ruiz Tablada, y, como indica Carmen, medía dos metros y era muy exigente. Cuando llegó a Marce pensó que sería un pueblo de analfabetos. Vio la escuela con 45 alumnos. Algunos venían de otros pueblos vecinos andando cada día. Miró libros, registros, etc. y realizó numerosas preguntas de matemáticas, lengua y geografía a los niños. Comprobó que sabían mucho y de todo.

Ruiz Tablada elaboró entonces un informe y solicitó un voto de gracias para que le fuera concedida a un maestro de las riberas del Miño. Cuenta Carmen, que aquel inspector sólo había otorgado dos a lo largo de su vida, y una de ellas fue para Don Juan. La noticia se divulgó pronto y desde entonces lo señalaban como aquel al que había dado su voto Ruiz Tablada.

Marce contaba entonces ‑en 1952‑ con una escuela de las mejores, una tienda-cantina, una matrona, un barbero, un herrero, un molino con fama en toda la zona, y una costurera. Además tenía una capilla donde se celebraba Misa un día a la semana, además de bodas, funerales, etc. Se festejaban los Mallos como en muchos otros lugares de Galicia, con canciones primaverales, y elaborando trajes con hojas de higuera. Por las noches se rezaba el Rosario en familia. Y en invierno, cuando oscurecía, los vecinos se agrupaban junto a la lumbre para o fiandón. Este consistía en que mientras las mujeres tejían, hilaban o calcetaban alguien contaba cuentos reales o sucesos fantásticos, a menudo relativos a gentes de la aldea y sus contornos.

El patrón del pueblo era San Marcos. Según cuenta Castro López en su Reseña histórico descriptiva[4] la etimología del nombre de la aldea puede ser de origen gentilico, por estar consagrado el lugar o sus moradores, a Marte, dios de la guerra, que los gentiles representaban como un hombre de edad mediana, armado de pies a cabeza, sentado sobre varias insignias militares teniendo en las manos un escudo y lanza y un gallo al lado. Para indicar cuan necesaria para la guerra la vigilancia, de la cual es el gallo su emblema, se ha consagrado a Marte esta ave. Pero con más probabilidad puede suponerse que, el lugar de Marce, tomó este calificativo del nombre latino Marcus, cuyo vocativo es Marce, a mediados del siglo VIII de nuestra era. Así es que el día 25 de abril los vecinos del lugar celebraban a su patrón por todo lo alto. Se celebraba una Misa y luego había comida y baile para todos. El jueves anterior a carnaval se festejaba el jueves de comadres. Se hacía un gran espantapájaros representando a un hombre y otro a una mujer, y se dejaban allí a la vista de todos. Cuando era la época de la Trilla todo el mundo ayudaba a todo el mundo. Se recogía y trillaba el centeno, se tomaba vino y pan. Con la llegada del plan Marshall, y lejos ya de antiguas tradiciones, se llevaba a la escuela leche para los niños, y pan que tomaban untado con mantequilla.

Ruiz Tablada, además de darle la condecoración, aconsejó a Don Juan algo que cambiaría su vida y la de su familia: que hiciera oposiciones a pueblos de más de 10.000 habitantes. La preparó para Orense pero le salió una plaza en A Coruña y la aceptó. Hasta que murió en 1984 siguió siendo un tranquilo maestro de colegio, pero de ciudad. En sus ratos libres, lejos de enseñar a adultos o poner inyecciones, se dedicaba a pintar cuadros y a pasear con su mujer, sus hijos y sus nietos. [Juan falleció en el año 1985, 

siendo profesor del Colegio Concepción Arenal de A Coruña].

La mayoría de las casas de la aldea siguen en pie, cerradas como las dejaron todos los que se fueron a las ciudades, o como las mantienen los herederos de quienes han ido muriendo. Algunas, las menos, han visto como se derrumbaban sus tejados o los suelos de madera carcomida. Entre los cinco vecinos que quedan no hay ya maestro, ni herrero, ni matrona, ni costurera, ni tienda. Sólo gente que vive del campo, compra lo necesario en Ferreira, y una joven veterinaria, Teresa. No han perdido su sentido de la hospitalidad ni han olvidado a los que se marcharon, pues es una realidad que no se puede pasar por allí sin pararse en casa de cualquier vecino a degustar un jamón ‑como el que ya sólo se toma en los pueblos‑ y un vaso de vino de la propia bodega. Pero, para Marieva, en aquellos años teníamos una alegría que hoy en día no tenemos, nos emocionábamos con cada fiesta, cada celebración, cada cosa que pasaba. Hoy, 16 de mayo de 1999, entre las ruinas y la frondosa vegetación de la ribera, el momento en el que el tiempo se detuvo para Marce y otras cientos de aldeas gallegas de sus características, sólo puede recordarse mirando las fotos de las funciones del Cuadro Artístico de Marce, oyendo el testimonio de quienes allí viven, o de los que se han ido, y visitando la Escuela donde todo sigue igual que el último día de clase, incluso la pizarra, donde se pueden ver unas notas de 1985 que el último maestro olvidó borrar.



[1]Castro López, Ramón: Reseña Histórico Descriptiva de la Parroquia de Vilar de Ortelle y su Comarca, y de los Monumentos Protohistóricos del Partido de Monforte de Lemos. Con una relación de los principales santuarios, leyendas, supersticiones y otras curiosidades antiguas del país. Monforte, Imprenta Rodríguez, 1929, pág. 14.

[2]Idem, pág. 1.

[3]Rey Novoa, José Manuel: Pantón. León, Everest, 1992, págs 58 y 59.

[4]Castro López, Ramón, idem, pág. 14.

La bella Lola (otra)

La bella Lola (otra)

El pasado miércoles, La bella Lola, se apagó. Nadie sabe quién inventó esta habanera, pero recuerdo perfectamente habérsela oído cantar a mi abuelo unas cuantas veces, siempre que andaba mi abuela cerca, y siempre en mañanas de verano. Crecer en la España anterior a la guerra no debió ser fácil para ella, ni ver morir a uno de sus hermanos de una infección que hoy se curaría con cualquier antibiótico, ni perseguir a su otro hermano cada vez que sonaba la sirena que anunciaba bombardeos sobre Alicante para llevarlo al refugio.

Nacida en zona republicana, cuando tras la guerra conoció a un joven cabo del ejército nacional que le hizo cuatro bromas y le invitó a un helado se quedó prendada. Se casaron con lo puesto, como en aquella época, y a partir de ahí el amor suplía una serie de penurias a las que debió irse acostumbrando a lo largo de toda la geografía española, eran años difíciles. 

Un piso compartido en la calle Cordelería de A Coruña, una pensión en Valladolid, una casa de planta baja en Melilla, la casa de los suegros en Ribadeo. Ver morir a un hijo de pocos meses por algo de lo que hoy nunca moriría un niño tampoco fue fácil. Ni parir en una pensión con la ayuda de la patrona, su marido y un cuñado. Ahora los niños tienen de todo y a ese bebé -mi padre- le improvisaron una cunita juntando dos sillas. 

Alicantina amante del sol, el mar y las flores, le costó mucho adaptarse a los inviernos del norte de Galicia, a tantos meses de lluvia. Este último verano que ya apenas salía de casa, tenía controlada la hora a la que pasaba el rayito de sol por el balcón del patio interior, y no fallaba a su cita, hasta que se escondía por detrás de un edificio colindante.

En los veranos su casa de Ribadeo era como una pensión. Pasábamos la sucesión de hijos, nietos y bisnietos. Las paellas en el patio daban para todos y a cambio iba asignando tareas, daba igual que fueras nieto o extraño, que si una bombilla fundida, que si arreglar un enchufe, que si descolgar una cortina. Por la noche, veíamos las pelis de Hitchcock que tanto le gustaban, o leíamos las novelas de Agatha Christie, ella ya sabía quién era el asesino nada más empezar.

Nos dejó sin quejarse una vez. A pocos días de una de sus citas importantes del año, el sorteo de la lotería, una pasión compartida con mi abuelo, ya que ambos miraban los números al derecho y al revés, y se lamentaban si había caído el gordo en el pueblo de al lado o en la única tienda de la calle donde no habíamos cogido un boleto. 

La bella Lola se apagó, y ahora solo nos quedan mil recuerdos para repasarlos una y otra vez. 91 años son unos cuantos así que tenemos donde elegir. Cuidó a sus dos hijos, a su sobrina, a seis nietos y a seis bisnietos. Descansa en paz abuelita, que ya has trabajado bastante.

 

(Dolores Aledo Ferrández, falleció el 18 de diciembre de 2013)


La comunicación e incomunicación en la tragedia de Santiago

Después de quince años dedicada en cuerpo y alma al mundo de la comunicación empresarial e institucional no he podido resistirme a poner por escrito lo que hasta ahora era un discurso interior, una visión personal y profesional. 

Galicia despierta aún aturdida estos días de un mal sueño, una pesadilla que se ha cobrado 79 víctimas en una triste curva de Angrois, a pocos kilómetros de Santiago de Compostela. Como tantos gallegos y muchos colegas, seguro, después de cuatro días pegada al televisor, a la radio, al periódico y a las redes sociales me hago un sinfín de preguntas. Como por ejemplo, por qué RENFE tardó un día en reaccionar frente a la tragedia, cuando miles de personas tenían los ojos pendientes en su web o en su twitter. ¿Por qué no hemos visto declaraciones en los medios de sus dirigentes hasta varios días después del descarrilamiento del tren?. Un editorial de El País titulado "Mal Empezamos" criticaba el pasado día 27 que ningún directivo de esta empresa, de Fomento o de Adif hubiera ofrecido explicaciones. Simplemente un recuadro, en el apartado de esquelas, sin logo y que podría haber insertado cualquiera, con un escueto texto:

"Renfe y todos sus trabajadores desean expresar a todos los familiares y amigos de las víctimas su profundo dolor, así como manifestarles su apoyo y solidaridad"

En este punto una se pregunta si estas empresas que gastan millones en comunicación y marketing no tienen un simple Manual de Comunicación de Crisis o si no escuchan a sus profesionales, o incluso si el responsable de publicidad estaba de vacaciones en alguna isla remota. Qué menos que un anuncio bien maquetado, con el logotipo de la compañía, un teléfono de información o algún otro atisbo de que alguien tiene intención de responder allí a una crisis como la que tienen sobre la mesa. El hecho de que fuera en el apartado de esquelas y no en páginas generales es, cuando menos, inquietante. Y el texto del mensaje, más bien parece de una cadena de supermercados local, que simplemente se solidariza con las víctimas, que de la empresa responsable del suceso, porque los más de doscientos pasajeros viajaban en un tren de esta compañía, pilotado por un maquinista de la empresa.

Dicen los expertos en crisis que en éstas es donde se conoce a los auténticos líderes. Sin duda, y tengo claro que en nuestro país se cuentan con los dedos de una mano. No voy a hablar de los vecinos o de los servicios de emergencia, porque ha quedado patente su importantísimo papel y pienso que aún no se les ha agradecido lo suficiente. Entre ellos sí había líderes que para nuestra desgracia nunca se dedicarán a la política.

Desde mi seguimiento a través de los medios, el primer representante público al que vi al pie del cañón en Angrois fue a Ángel Currás, el alcalde de Santiago, por cercanía y por implicación era esperable que así fuera; por cierto seguí viéndolo allí hora tras hora en los días posteriores, y no precisamente en primera línea de cámara. Ayer escuché que Santiago estrenaba un plan de emergencias aprobado apenas cuatro meses antes, desde luego pienso que fue providencial y que su aplicación fue muy satisfactoria.

A las dos o tres horas de la tragedia se anunciaba también en la TVG que la ministra de Fomento Ana Pastor estaba de camino, encomiable si se compara con la noticia acerca de Rajoy, que decía que ya se pasaría al día siguiente. Como ciudadana este gesto me pareció impropio de un presidente, como profesional me parece un error de comunicación imperdonable. Del comunicado difundido por presidencia en el que a alguien se le coló un párrafo al final hablando del terremoto de Gansu mejor ni hablamos. Aún trabajando bajo presión, quizá con más motivo, cualquier profesional sabe que varias personas deben leer un escrito antes de enviarlo a medios, y en el caso de los adjuntos, abrirlos y leerlos detenidamente antes de pulsar el botón de enviar.

Enseguida llegó Núñez Feijoo, el presidente de la Xunta de Galicia. Muchos gallegos consideran que él sí estuvo a la altura, personalmente eché de menos noticias de él hasta que estuvo a pie de vías, los espectadores sabíamos que estaba de camino la ministra de Fomento pero no teníamos en las primeras horas noticias del presidente autonómico. Puede que esto se debiera a la confusión de los primeros momentos. También estuvo al frente hasta el final, y no esquivó a los medios de comunicación cuando éstos le requirieron.

La sorpresa de la noche en cuanto a comparecencias políticas fue para mí la conselleira de Sanidade, Rocío Mosquera. Desde la puerta del hospital de Santiago (CHUS) salió puntualmente en compañía de su director a atender a los medios con los datos de que iba disponiendo, y tirando claramente de Manual de Crisis, con frases repetidas e insistentes como "la situación está bajo control", frase que no salió de la boca de ningún otro político. Mosquera estaba donde se la esperaba en una tragedia similar, en el hospital, gestionando mal o bien, ahí ya no entro porque lo desconozco, la llegada de los heridos y su correcta atención sanitaria. En las imágenes de la televisión incluso me pareció verla uniformada como sanitaria, un acierto más, desde luego, si así era.

Tras ir escuchando las declaraciones de todos los políticos allí congregados hay que preguntarse si alguien actuaba allí como responsable del cotarro, porque la sensación era que todos mostraban su condolencia y visitaban una y otra vez la zona cuando aún había cadáveres a pie de vía pero nadie tomaba ninguna decisión ni asumía la responsabilidad de los hechos, no la penal, que ya será dirimida, sino la personal. Todos salvo el conductor, que fue el que sí asumió verbalmente la culpa, y no su empresa, que fue quien puso el tren en sus manos. En mi mundo los jefes asumen la responsabilidad de lo que hacen sus empleados, no era plato de buen gusto, pero era lo esperable. Me hubiera gustado ver allí a un directivo de RENFE, diciendo que iban a investigar lo sucedido hasta el final y que pondrían todas las respuestas sobre la mesa. Corríjanme si me equivoco... no fue así.

Las últimas informaciones han desvelado que el maquinista iba hablando por su teléfono corporativo con alguien de RENFE para recibir unas indicaciones acerca del trayecto. Al parecer su empresa se ha limitado a difundir que sus pautas son que no se empleen estos dispositivos durante la conducción, lamentable, realmente su estrategia -por llamarlo de alguna manera- ha sido la de hacer ver que ellos no tienen nada que ver con el asunto.

En comunicación de crisis, cuando los principales agentes no dan información dejan un espacio peligroso para otros portavoces secundarios y se crea así un caldo de cultivo perfecto para la especulación y el rumor. De este modo, los verdaderos portavoces de la noticia fueron los vecinos de Angrois y los propios heridos. Tristemente, ocuparon los micrófonos y fueron narrando todos los hechos, datos, cifras, con la humildad de quien no supo hacerlo de otra manera. Lo cierto es que ellos ocuparon el vacío de información -y de gestión- que dejaron algunos políticos y responsables públicos. También se ha criticado a los medios, hay que recordar que en éstos hay quienes toman decisiones, y quienes no tienen más remedio que ejecutarlas. 

Lo que más me ha conmovido de este accidente, al que sí se fijan todos los políticos se apresuraron a llamar así, porque semánticamente es algo que no se puede evitar y que sucede por causas fortuitas, ha sido la silenciosa espera de los familiares. Ser madre, y pensar que tienes que pasar varias noches en vela antes de que alguien te diga si tu hijo ha fallecido o está herido es imperdonable para mí. Lo importante es salvar heridos sí, pero alguien tiene que desempeñar la triste función de trasladar la información, un portavoz. Quizá ondeaba sobre las cabezas de los políticos el recuerdo del Yak 42 a la hora de tomarse mil precauciones antes de dar una lista. Ese espacio también se ocupó, la comunicación no conoce barreras y cuando no hay una fuente solvente están las redes sociales, la rumorología y las noticias sin contrastar que tanto daño habrán hecho a tantas víctimas. Y eso que las redes sociales tuvieron su momento de gloria y mostraron su parte positiva con el tema de las donaciones de sangre o los avisos para facilitar la circulación de las ambulancias.

Entre otros muchos detalles hubo otro que me revolvió por dentro, como profesional y como ciudadana: la rueda de prensa del viernes 26 de responsables policiales en Santiago no estuvo a la altura. No pongo en duda la gestión de la policía que me parece admirable, pero en una comparecencia en la que hay 78 personas fallecidas sobre la mesa no es de buen gusto bromear con los periodistas, ni siquiera sobre el protocolo o la colocación en la mesa. Y tampoco es adecuado hablar de "cadáveres", ni de "restos", ni de "miembros", por muy científico y profesional que se quiera ser, hablemos de personas que cientos de familiares están escuchando. Los buenos portavoces siempre deben ponerse en el lugar de su auditorio, y adaptar su discurso. 

Mis últimas líneas son para los afectados por esta tragedia, y no van a suponer ningún bálsamo, pero no quiero terminar dejando que alguien crea que no les he tenido en cuenta. Cada uno de ellos tiene también derecho a la comunicación, a una comunicación eficaz, y a unos dirigentes serios y responsables. 

Mis problemas de indefensión

Mis problemas como consumidora empezaron hace ya algunos años. No les tengo manía a las empresas ni a los comerciales, el problema es la indefensión y la impotencia.

En el año 2005 una comercial del Banco Popular, este banco creo que ya no existe o puede que esté intervenido cuando ustedes lean esto, me llamó sistemáticamente para que abriera una cuenta. Me negué hasta la saciedad. A la pobre chica se le acababa el contrato, o no sé, el caso es que como tenía mis datos porque se los había facilitado gentilmente la promotora inmobiliaria que me vendió el piso, decidió hacerme la inmensa faena de ser despedida y dejarme un regalito: abrirme una cuenta. Siete años después, aún tengo una puñetera cuenta abierta en ese banco, está a 0, pero está ahí, y eso me pone muy nerviosa.

Ahora, en 2012, el problema ya no es la presión comercial del jefe, sino que con la crisis uno nota en el ambiente que las cosas no van bien en muchas empresas. Y eso, además de padecerlo los trabajadores, lo sufrimos los clientes, que tampoco tenemos necesariamente culpa, digo yo. Un buen ejemplo es algo inaudito, la semana pasada compré un paquete de pan tostado en Carrefour caducado desde 2010!, no es broma, la cara que acaban de poner ahora ustedes la puso la cajera cuando se lo enseñé, al ver otro paquete hoy en la misma estantería. Está claro que alguien no hizo su trabajo bien, la consecuencia es que yo me quedo sin dos euros y sin el pan tostado, porque ¿alguien guarda los tickets del supermercado?

Apenas diez minutos después, mi hijo vuelve del colegio con unos Nike nuevos (era la segunda vez que los ponía) completamente descosidos y enseñando sendos dedos gordos. ¿Valen las marcas lo que cuestan? De esto sí tenía el ticket, así que los de Sport Zone me van a oír, pero bien, aunque no sea culpa suya.

Al final del día hago examen de conciencia. Y caigo en la cuenta de que pierdo unos jugosos minutos cada jornada luchando por mis derechos como consumidor. Comprar es fácil pero si luego tienes que descomprar, esperar un tiempo y volver repetidas veces a la tienda a por lo que es tuyo estoy segura que somos muy pocos los que al final no nos conformamos ¡por principio!

Mientras pienso esto y lo escribo, miro en otra pantalla mi cuenta bancaria, porque otra comercial al borde del despido, esta vez de Legálitas, me colocó habilmente en diciembre (un mes de muchos gastos y ellos lo saben) un cargo de 50 euros por la presunta contratación de un servicio que me negué telefónicamente a contratar. Cinco meses después sigo esperando a que me devuelvan mi dinero, que seguramente ya ha engrosado las ganancias de esta compañía a la que contraté para defenderme precisamente de esto que me han hecho.

Al final va a tener razón mi padre, que rompe las cartas del banco sin abrirlas, no coge el teléfono y cierra la puerta en las narices a los comerciales que vienen a puerta fría. Yo tengo una que me visita en la oficina desde hace años, la atiendo siempre de mala gana, no le compro nada, y solo le pedí que no viniera los viernes, que tengo mucho lío, y desde entonces siempre viene los viernes. Así que desde un tiempo a esta parte no abro la puerta de casa si no estoy esperando a nadie, y no cojo el teléfono, especialmente si en la pantalla pone 1004.

¿Estamos los consumidores indefensos? Yo diría que más que nunca.

 

 

 

Sólo son cuatro cafés

"Tengo que marcharme porque me esperan en el planeta tierra". Con esta frase sentenciaba el genial Woody Allen su encuentro con alguien que decía oír voces en una película mítica, Annie Hall. El mismo sentido del humor debió invadir a José Ignacio Echániz, consejero de Sanidad y Asuntos Sociales, cuando afirmó tras el anuncio de la ministra Mato de duros recortes para los pensionistas que 8 euros "solo son cuatro cafés". El comentario, como no podía ser de otro modo, hizo arder las redes sociales y proporcionó titulares de oro a cientos de medios de comunicación. También hizo tragar quina a los ciudadanos, a los que vivimos en el planeta tierra, no en el de Echániz.

Al día siguiente, quizá después de las 200 páginas que contenía el clipping de prensa que le arrojaron a la cabeza sus asesores, decidió que era un buen momento para pedir disculpas. Y es que en este mundo al revés en el que vivimos los comunicólogos sirven para asesorar a sus políticos sobre la mejor forma de disculparse, o dicho de otro modo para arreglar los desaguisados dialécticos. Deberían llamarles entonces disculpólogos o arreglólogos, en fin, es frustrante pero es así.

El error cometido por Echániz está en las primeras páginas de cualquier manual de comunicación institucional y se llama "no adaptarse al receptor" con lo cual erramos el mensaje. Evidentemente su comentario habría pasado desapercibido si se encontrara hablando para un grupo de millonarios saudís, pero no para el pueblo llano, para quien en estos momentos tomar un café fuera de casa con cierta asiduidad puede plantear un serio problema.

El desconocimiento de la realidad de los ciudadanos es un mal común que aqueja a la clase política. Cuando están en campaña se visten las chaquetas de pana con coderas y la camisa sin corbata y recorren los bajos fondos, previa organización milimétrica del encuentro por parte de sus asesores. Después llegan al cargo, se pegan al trono como un pulpo y solo leen cuatro cosas en los informes de sus gabinetes de prensa. Zapatero creía que un café valía 80 céntimos, Echániz cree que ocho euros son calderilla y Mato cree que los españoles vamos al médico por incordiar, y consumimos fármacos porque somos profundamente insolidarios con la sostenibilidad del sistema. Al final, nadie busca la realidad donde está, en la calle, sino entre montañas de informes o en largas e improductivas reuniones de políticos que no son precisamente parte de la clase media.

Para ocultar su ignorancia del mundo que les rodea los políticos se blindan con comparaciones odiosas, insultantes eufemismos y verdades a medias. Mienten y luego lo desmienten, y aquí paz y después gloria. Y si algún asesor osa decirles que el punto de partida de la buena comunicación es decir siempre la verdad, el coro de oblatas políticas que le rodea correrá a recomendarle un sinfín de procedimientos para "tapar" lo que los medios acabarán publicando.

En algún momento tendrán que girar las tornas para que los ciudadanos volvamos a tener políticos de verdad. De los que sienten el pulso del pueblo vibrando en sus entrañas, lloran con la injusticia y dedican su esfuerzo a una causa noble. Qué utopía. Quizá entonces la comunicología deje de ser el aquaplast de los ministerios y un buen discurso vuelva a hacer aplaudir a los ciudadanos, sin darles una chapa del partido y un bocadillo, me refiero.

Lo que la crisis se llevó

Lo que la crisis se llevó

Hay una palabra que se ha convertido en los últimos dos o tres años en el centro de todo lo que somos, tenemos y aquello a lo que aspiramos. Seguro que ya sabeis de que hablo: la crisis. Hasta 2008 la crisis era una oportunidad para crecer, un término muy tratado por los psicólogos, un vocablo para nombrar asuntos de otros países o una falta de ortografía, si se escribía con acento, cosa que hace mucha gente, por cierto.

Ahora la situación ha cambiado. La crisis lo ocupa todo. Es de lo que se habla en el bar, de lo que se queja uno, con lo que se azotan los políticos o el motivo para revalorizar el trabajo y dejar de quejarse (eso es quizá lo único positivo), además de la desgracia cotidiana que lleva al cierre de numerosas empresas.

Te visita un comercial y ya ni te cuenta lo que hay, total con la crisis no vendemos nada, y en 6 meses estaré en la calle. Qué tal te va?, pues ya sabes, con la crisis... Nos llueven recortes sobre los recortes, que al final hacen que paguemos y copaguemos 80 veces lo mismo y los mismos. Nos tenemos que callar ante la desgracia ajena y las terribles reformas, los políticos derrochadores nos dicen ahora que nos apretemos el cinturón, tenemos que tragar con las obras faraónicas innecesarias que se hicieron que ahora se pudren y llenan de maleza, o se malutilizan. En fin, estas y otras cosas tiene la crisis, ninguna buena, desde luego.

Y digo yo que ya está bien de hablar de la dichosa crisis. A mí me tiene un poco cansada ya, y además que mientras sigamos llorando y rellorando no haremos nada por salir adelante. En la calle se percibe que la crisis se ha llevado la ilusión. La gente trabajaba por un sueldo -más o menos digno- quejarse del trabajo es un tópico español que, en mi modesta opinión, alivia. Seguramente por haber dejado de poner a caldo al jefe, ahora estamos amargados cobrando en la caja de un súper, poniendo gasolina a un coche o atendiendo una llamada telefónica. No sé, igual si volvemos a quejarnos por todo lo que no es crisis recuperamos la ilusión.

Ideas extravagantes aparte, seguro que hay algo que todos podemos hacer aparte de sobrellevar como podamos la cruz de tener que requetepagar en lo sucesivo por toda las prestaciones públicas. Cuando esto haya pasado y los políticos puedan volver a derrochar a manos llenas, tendremos la satisfacción de poder decir que esta crisis, y ya no la nombraré más, la hemos levantado nosotros, sí, los ciudadanos de a pie, los currantes o los parados, los sanos y los enfermos, los autónomos y pequeños empresarios, y ahora los grandes, los asalariados y los jóvenes que han puesto un poco de ilusión y creatividad en esta etapa difícil, los pensionistas y por supuesto las familias y quienes después de 20 años trabajando se han visto en la calle con una edad de difícil proyección para volver a estar en el mercado y algún que otro hijo o familiar al cargo. En fin, yo, después de escribir esto, ya me siento mejor, probad suerte.

Semántica para políticos

Vistas las noticias que estamos viviendo en esta época de retorcer los significados para obtener ventajas políticas y, sobre todo, partir de que los ciudadanos somos una panda de ignorantes, veo pertinente un repaso semántico para políticos.

Por ponernos en antecedentes, el asunto del que hablo parte de la actual crisis económica y de la pésima gestión de nuestros recursos que han hecho en nuestro país los políticos y cargos públicos de los últimos años. Al parecer, en todos los temas importantes (sanidad, educación, asuntos sociales...) se ha gastado muy por encima de los ingresos -digo yo que no hace falta saber muchas matemáticas para que esto no pase- y la consecuencia es que las instituciones ahora se ven en auténticos aprietos para pagar las facturas. Mientras los proveedores grandes, pequeños y medianos, contribuyen a sostener los impagos estatales a costa de soportar estos retrasos en los cobros, los políticos nos piden a los ciudadanos que nos apretemos el cinturón. Hasta ahí vamos bien, salvando que deberían empezar por apretárselo ellos mismos prescindiendo del coche oficial, la visa oro con cargo al erario público o aumentando el control sobre la hacienda y los gastos, pero lo más curioso viene a continuación.

Rizando el rizo de las posibilidades semánticas, los políticos comienzan a enfadarse con la falta de recursos, debe ser tristísimo tener que gobernar con cuatro perras, pero es lo que hay. Por algún raro proceso que no logro entender, olvidan completamente que los ciudadanos sostenemos sus presupuestos con los impuestos que pagamos, ya saben la gloriosa frase de la exministra Carmen Calvo "el dinero público no es de nadie". La consecuencia es que en las últimas semanas comienza un ciudadano honrado y currante como el que más a desayunarse con declaraciones en los medios como "el todo gratis es dificil de mantener en estos momentos" de Rocío Mosquera, conselleira de Sanidade, o el "gratis total" de Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda.

Me pregunto de dónde creerán estos políticos que sale el dinero público. Me pregunto por qué tenemos que soportar los ciudadanos que nos hablen de que recibimos la Sanidad o la Educación gratis, cuando quien más y quien menos, si echamos cuentas así por encima, nos podemos encontrar con que el 30 por ciento de nuestros ingresos van a las arcas públicas. No sólo nos lo descuentan de la nómina, lo pagamos en la declaración de la renta, en los impuestos municipales, en la gasolina, en el tabaco, en el IVA, nada menos que un 18% de la cesta de la compra, un auténtico expolio que es mejor no calcular. Hasta ahora nos quedaba el consuelo de que este esfuerzo era socialmente responsable, si sirve para que la sanidad sea universal, o la educación llegue a todos, o quienes no tienen trabajo cobren paro...

En la época del recopago, el rerepago, y el requetepago encubierto o requeteencubierto los ciudadanos tenemos que tragarnos el sapo de que algunos dirigentes políticos nos echen la culpa de la crisis, nos impongan tasas sobre las tasas y nos insulten diciendo que lo queremos todo gratis.

Gratis, señores, sale en este país no saber que si tienes 10, solo puedes gastar 10, y largarte de un cargo público dejando empeñadas a tres generaciones de ciudadanos. Y gratis, deberían ser las clases de semántica para quienes además de no ser capaces de gestionar un presupuesto culpan de ello a los ciudadanos.

El debate del 20N: un cero en democracia

Ayer asistimos a un espectáculo lamentable. Los dos candidatos de los partidos políticos mayoritarios acordaron emitir sendos mítines de forma unilateral en un programa de televisión. El "cara a cara", el título ya no prometía, estuvo moderado por el periodista Manuel Campo Vidal. El programa fue tan aburrido que si no fuera una excusa para tuitear sobre el innecesario papel del moderador o las meteduras de pata de ambos candidatos los pocos españoles que realmente lo estábamos viendo nos habríamos quedado fritos.

En España tenemos supuestamente una democracia, un sistema parlamentario en el que el pueblo elige a sus candidatos y las leyes se someten a discusión y votación en el Congreso. Desde que tengo uso de razón, nací en el 76, las elecciones son un gran péndulo que llevan al gobierno de la izquierda a la derecha, unos años gobiernan unos y los siguientes años los otros.

Al principio había una política más o menos definida en cada ideología pero hemos llegado a un punto en el que ya todo vale. Lo que dicen los del PP es de extrema derecha, sea lo que sea, y lo que dicen los del PSOE es progresista y de izquierdas, una izquierda que se ha difuminado bastante con fenómenos como el 15 M. Los socialistas protestan contra las ayudas a los bancos, pero las dan; los del PP apuestan por los recortes, pero dicen que no los van a hacer... y por el medio está la calidad de los políticos que ha descendido a niveles inigualables, ya nadie quiere meterse en política y sólo lo hacen dos tipos de personas: los oportunistas y los mediocres, compartiendo escenario con un par de políticos de raza, que por supuesto han sido decapitados por sus respectivos partidos, aunque siguen ahí por principios.

Buena muestra de esto y sus consecuencias fue el debate de ayer, por llamarlo de algún modo. La profesión periodística se muestra hoy de luto al comprobar que Campo Vidal únicamente tuvo la opción de hacer un saludo en varios idiomas y se limitó a controlar los tiempos, todo por exigencias del guión pero... ¿merece la pena prestarse a esto?

Los asesores de Rajoy tuvieron su momento de gloria, ya que leyó toda su intervención de principio a fin. Daba igual lo que Rubalcaba, que usurpó el papel de presentador, le preguntara. Para justificar los 550.000 euros que costó el debate pusieron a un equipo de personas a contar las veces que cada ponente miraba el papel. El resultado (si no se despistaron) fue de 585 ocasiones en el candidato popular, frente a las 48 veces que lo miró Rubalcaba, que había tenido la deferencia de aprenderse de memoria el programa del PP, por si Mariano olvidaba algún detalle.

En este circo mediático Rajoy hostigó los telespectadores con un discurso apropiado para un mítin, sólo le faltaron las pausas para los aplausos, pero muy inapropiado para una intervención televisiva en la que en pocos minutos tienes que dar las claves de tu programa y ganarte la confianza de los telespectadores.

Qué oportunidad tan perdida, Mariano, de mirar a la cámara y decirle a los españoles que entiendes por lo que están pasando, y que sabes que no es fácil, pero que si confían en ti te comprometes a levantar el país, hubiera sido un buen ejercicio de comunicación emocional. Y a continuación podías haberte prestado a responder a todas las preguntas que un Campo Vidal en su papel de periodista podría haberte realizado de parte del público. No es difícil, los asesores tenemos recursos en los argumentarios para todo, también para salir airoso de una pregunta incómoda, porque siempre son esperables. E incluso haberte sometido a cuestiones enviadas por tuiter o facebook, pero no, te ceñiste al pésimo guión que te habían preparado.

Rubalcaba lo tenía bastante más difícil en cuanto a credibilidad y datos, pero aún así contaba con la baza de su carisma político, muy superior al de Rajoy en mi opinión, su trayectoria y su experiencia. Adoptando el papel de víctima, como bien esbozó, le habría quedado de lujo ganarse a su auditorio diciendo que probablemente muchas cosas se podrían haber hecho mejor, pero que el triunfo no es del que no cae sino del que se levanta, y enumerar tres o cuatro medidas mínimamente creíbles para sacar a España del agujero de la crisis.

Nuestro país ha perdido una oportunidad de lujo para demostrar su calidad democrática y montar un debate bien estructurado con todos los partidos políticos con representación parlamentaria, y esto incluye a UPyD, le moleste a quien le moleste, y que aportaran entre todos diferentes opciones para arrimar el hombro y trabajar por la creación de empleo y la reactivación de la economía.

El "cara a cara" de ayer fue profundamente antidemocrático, insultante para todos los que nos pusimos frente al televisor -es indecente pactar no hablar de la corrupción, cuando es un tema que preocupa y mucho a los españoles- y terriblemente frustrante para quienes nos dedicamos a la comunicación empresarial o institucional, además de para quienes creen aún que la política sirve para algo.