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La utopía de la conciliación

En estos momentos no sé muy bien cómo definir la conciliación, pero escribo mientras mi hijo Guille gatea a mi alrededor y lo pone todo patas arriba. Me sentiría mejor si jugara con él, pero necesito sacar aunque sean cinco minutos para pelear por las cosas en las que creo, y de paso, intentar dejarle un mundo mejor.

ADVERTENCIA: este ensayo es muy largo, unas siete páginas. No se lo lea si no le interesa la conciliación, si no le interesa la problemática social de los hijos, si no quiere oír hablar de niños, colegios, guarderías, etc.

Hoy he entrado por segunda vez en un magnífico blog del País que os recomiendo: http://blogs.elpais.com/mamas-papas/ No conozco a sus autores pero ya he manifestado alguna vez que mi generación ha tenido que esperar a que algunos grandes periodistas tuvieran hijos -o tuvieran que ocuparse personalmente de ellos- para poder leer artículos como estos. Si los de mi quinta se han retrasado en la maternidad, en el sector periodístico ya ni te cuento. En el blog se reflejan un rosario de comentarios sobre cuál es el horario de cada mamá y papá trabajadores. La mayoría coinciden entre sí, y también con el mio, minuto arriba, segundo abajo. Por el medio hay quien se escandaliza de que un niño esté nueve horas en la guardería y hay también mamás directivas que curiosamente dicen que no debemos quejarnos de nada y que conciliar está chupado. Comentarios que sin duda resultan poco creíbles para una auténtica mamá, y me refiero a la que atiende directamente a sus hijos, no a quien tiene una filipina interna 24 horas al día que hace bondadosamente el papel de madre para otros niños.

Para pensar en cómo era una madre de antes, aplicado a mi familia, tendría que remontarme hasta mi bisabuela. Esto viene al caso de que algunos de los "comentadores" del blog dicen que la vida de las mujeres fue así siempre y que antes no se quejaban. El comentario tiene tela pero me hace reflexionar... realmente la lectura que saca quien lee a quienes hablamos de conciliación es que nos estamos quejando... ¿nos estamos quejando?

Es posible que el cansancio, la realidad que nos rodea o las dificultades para hacer compatible tener una familia con trabajar hagan que parezca que nos quejamos. Y es que quienes no tienen hijos creen que los padres nos quejamos de vicio... "no haberlos tenido" me han dicho más de una vez. Qué fuerte! he pensado, que alguien a quien mi hijo va a pagar la pensión de jubilación diga esto mientras se va de rositas eligiendo renunciar a tener descendencia. El mundo es libre y cada uno decide, nada es mejor ni peor, pero entonces todos tenemos derecho a quejarnos.

Personalmente creo que la conciliación es una utopía. Es imposible dedicar tiempo a dos cosas a la vez. Si estás trabajando en casa no puedes estar cuidando de un niño, aunque ayudaría poder trabajar desde casa cuando tienes a un niño enfermo, sin duda, pero el caso es que al final el tiempo se divide en dos, un rato atiendes al niño, y un rato al trabajo, y así, al final, haces ambas cosas deficientemente. Si entramos en detalles sobre los tipos de trabajo podemos sacar múltiples reflexiones. Evidentemente no es lo mismo una teleoperadora que un informático, o un abogado que una costurera. Yo trabajo en comunicación y marketing y realmente conciliar me resulta bastante difícil en un 50 por ciento de los días, e imposible un 25 por ciento, el restante 25 es llevadero. Esto es teoría, la práctica es que la mayoría de los días al salir de mi trabajo voy con los niños a cuestas atendiendo llamadas del móvil, tomando notas, hablando por el manos libres con clientes que de vez en cuando oyen un berrinche de uno de mis hijos, trato de comer algo mientras respondo mails desde la blackberry, y todo ello sin olvidar que el bebé necesita un disfraz de halloween para el viernes, o que el mayor tiene que llevar una calabaza decorada al colegio. Me resulta imposible cuando tengo que trabajar por las tardes porque tengo un evento, una reunión o alguna gestión del trabajo, lo que es totalmente incompatible con atender a los niños por lo que tengo que buscar rápidamente a alguien para que se quede con ellos, algunas veces sabiéndolo en el mismo día.

Acabo de darme cuenta de que ni he mencionado a mi marido, la verdad es que sólo estoy hablando de mi parte de trabajo en casa, pero somos un equipo y el día que uno no puede colaborar para el otro es absolutamente agotador. Él también baña, hace cenas, prepara biberones, recorta sombreros para disfraces de chino en carnavales y va al súper, faltaría más. Lo que es cierto es que su horario de trabajo es más amplio, yo tengo reducción de jornada y trabajo -en la oficina- solo 6 horas, lo que me obliga a ser yo siempre la que llevo a los niños al colegio y los recojo.

Suelo decir que mis hijos son mi ONG. Me siento feliz de haber tomado la decisión de tenerlos y siento la responsabilidad de educarlos para que sean buenas personas y valiosos profesionales; esta es mi contribución a la sociedad. Pero hace tiempo que me he dado cuenta que no sirve de nada tratar de explicar a alguien que no tiene a nadie a su cargo que a la hora en que sale tu hijo del colegio te tienes que ir pitando.

Cuando tenía 23 años salía a las 8 de la mañana de casa con un enorme bolso y me resultaba algo emocionante no saber cuál sería la hora de llegada. Durante alguna etapa corta también he estado pluriempleada y trabajado de 8 de la mañana a 12 de la noche, con una hora para comer. Correr para aquí, correr para allá. No me quejo, me encanta mi trabajo, he vivido experiencias increíbles, pero evidentemente ese ritmo no se puede aguantar toda la vida y menos si decides tener hijos.

Hoy tengo 35 y dos hijos de 3 y 1 año. Mi reto es conciliar, ser eficaz, y la verdad es que hacer en 6 horas lo que hacías en 8 es fácil con un poco de organización y eliminando pérdidas de tiempo innecesarias. El correo en el móvil es un inventazo, entiendo que un cliente no entienda que se le tarde un día en responder a un mail, así que intento responder desde la blackberry a las cosas urgentes pero he aprendido a distinguir perfectamente lo inminente de lo que puede esperar a mañana. A pesar de todo veo que no soy igual de productiva que cuando tenía 23 años. Es imposible. Si surge un imprevisto que hay que resolver y es mi hora de salida yo me tengo que marchar. Si no salgo en hora no llego a recoger a los niños, no me da tiempo a comer, y voy a carreras toda la tarde hasta la hora en que sale mi marido que ya quedo un poco más disponible. Para mí, un problema gordo que surge al mediodía prácticamente tiene que esperar a las 6 de la tarde, trabajando en comunicación esto es un grave problema.

¿Cómo se podría resolver esta disminución temporal de la productividad? Desde mi punto de vista de dos únicos modos: con espíritu de equipo y con incentivos sociales. Se entiende que en un equipo de trabajo hay personas en diferentes circunstancias. Si hay respeto y cariño, todos lo hemos vivido, y unos pueden suplir a otros. Es verdad que es desigual, pero si se entienden los niños como una carga familiar, creo que no es tan grave, quizá la ley podría establecer algunas compensaciones, me parecería justo. Hace unos años me vi en esa situación. Junto con otra compañera era la pequeña de una empresa que en mi oficina tenía unos 16 trabajadores. Algunos tenían hijos pequeños, otros muchas más décadas de trabajo a sus espaldas, el caso es que cuando tocaba quedarse a acabar un proyecto al final nos tocaba siempre a los mismos. No tenía hijos en aquel momento pero os aseguro que siempre entendí a una compañera que tenía dos niños pequeños y trabajaba a destajo hasta la hora de salida y luego nos dejaba el resto a nosotros. También recuerdo a otra que salía corriendo a recoger a su hijo y se lo traía a la oficina. El pobre hacía los deberes en una de las mesas mientras su madre terminaba el proyecto. Me impresionaba el agobio de aquella madre que además estaba divorciada y no tenía a nadie en la ciudad que le echara una mano.

Pero como no se puede pretender que el espíritu de equipo lo vivan igual unas personas que otras, y enseguida hay quien se queja de la cara que tiene una mamá que se va a casa con sus hijos mientras otros acaban el trabajo, ahí entra la ley. En primer lugar debería equipararse un hijo pequeño a un familiar dependiente, puesto que un bebé es un ser con un grado de dependencia de un cien por cien. Esto es así guste o no guste. Nadie discute a una persona con su madre inválida en casa que tenga que irse en hora, nadie se molesta cuando paras el coche en doble fila y bajas a una persona mayor en silla de ruedas… pero si en lugar de eso bajas a un bebé te empiezan a pitar, haced la prueba. Al parecer, no se puede cargar a un adulto en silla de ruedas 3 manzanas, pero si tienes que dejar a un bebé en la guardería la gente –que no tiene hijos- cree que deberías buscar aparcamiento todos los días y caminar bajo la lluvia con 10 kilos encima, más la bolsa. Si te tienes que ir corriendo para estar con tu bebé, todos piensan que vas a una tarea muy agradable, y es más agradable que cuidar a un adulto inválido, además de muy gratificante y nada doloroso, pero exactamente igual de estresante. Esta es la clave.

Sería tan sencillo -en época de bonanza claro, no ahora en crisis que no hay dinero para nada- hacer una campaña de concienciación para que la gente entienda que un niño de hasta 5 años es un ser con un nivel de dependencia equiparable al de un adulto superdependiente. Necesita que se le alimente, se le vista, se le abrigue y se le lleve de un sitio a otro. Afortunamente el peso en kilos es menor que el de un adulto. Con una buena concienciación social ganaríamos bastante en conciliación los trabajadores, habría más solidaridad entre trabajadores y el equipo podría suplir durante unos años lo que durante esos años un papá o mamá no pueda dar en horas extras. Incluso se podrían establecer compensaciones, primando a las empresas que las den por ejemplo, y de forma que los compañeros las perciban en dinero o en días libres.

A nivel social, desde luego creo que se debería prohibir por ley toda forma de discriminación por condición familiar. Prohibir la entrada a un menor a un local (hablo de cafeterías, hoteles, etc.) es discriminarle a él y a sus padres. Y esto además bastante increíble en una sociedad en la que no nacen niños para garantizar un crecimiento y el mantenimiento futuro de las infraestructuras básicas. Desde luego que hacen falta incentivos, si no, muy pocos darán el paso de tener hijos.

Pero además se necesitan incentivos sociales establecidos por los gobiernos. Se ha avanzado mucho en guarderías, pero lo cierto es que yo tengo que llevar a mi hijo a una que está en el otro extremo de la ciudad porque en mi zona abrieron una que sólo cubre una pequeña parte de la demanda, posteriormente abrieron otra privada pero que también está llena. Quienes no están en esta situación no lo saben pero, estando embarazada de sólo tres meses ya tuve que solicitar plaza para mi bebé a riesgo de quedarme sin ella, y como yo muchas personas. Cuando digo que hemos avanzado me refiero a que hay bastantes guarderías de nueva apertura y cubren un horario amplio, si uno se empeña consigue una de 8 a 18 horas por ejemplo, y con flexibilidad para recogerlo a una hora u otra. El problema está en los colegios.

En muchos centros se ha incorporado un servicio de guardería a primera hora, se conoce como madrugadores y facilita un montón la vida, aunque haya que pagarlo, claro. Entre otras cosas no se monta el lío que se monta de coches en los colegios porque los niños entran escalonadamente. Pero el problema está a la salida. Los niños salen en torno a las 17 horas, todos, excepto los que se quedan a actividades. A un niño de infantil no vas a dejarlo más de esa hora porque viene absolutamente roto, desde las 7 de la mañana que está en pie. Además, las extraescolares cuestan un dinero y tendrías que dejarlo siempre, no solo algunos días que por trabajo te venga bien. No conozco ningún colegio que tenga servicio de guardería a la salida, de modo que no tengas que llegar al colegio a las 17 horas clavadas, sino que puedas quedarte una hora más en el trabajo y recogerlo media hora más tarde, por ejemplo. Me produce verdadera ansiedad la salida del colegio de mi hijo, si me retraso diez minutos, sólo queda él, lo llevan a conserjería y te llaman por teléfono. ¿es esto compatible con un trabajo? Difícilmente, traten de explicárselo a su jefe…

Realmente pienso que debería haber algún mecanismo de apoyo social familiar que obligara a los centros privados y públicos a prestar servicio de guardería –madrugadores- y también a la hora de la salida. Podría entrar en detalles, pero sólo daré dos. Muchos colegios públicos, cuando un niño de 3 ó 4 años se hace pis, llaman a sus padres para que vengan a cambiarlo porque los profesores de infantil se niegan a hacerlo. Podría llegar a entenderlo, aunque me cuesta, pero se imaginan la cara de un empresario cuando un trabajadore pide abandonar su puesto durante una hora para ir a cambiar a su hijo, que se pasa una hora mojado esperando? Esto es una forma de maltrato infantil, y difícilmente los trabajadores deberíamos tener derecho a ello, pero entonces los colegios tendrían que hacerse cargo, por voluntad o por ley. El segundo detalle es el horario. Los niños de infantil salen en torno a las 12:30 -13:00 si van a comer a casa, y entran a las 15:00 para volver a salir a las 17 horas. Realmente, ¿son estos horarios compatibles con una madre o padre que trabaje? La respuesta es no. Lo que te obliga a pagar 100 euros al mes adicionales de comedor y además, de forma opcional, una actividad extraescolar de mediodía, para que el niño no se pase 2 horas vagando por las aulas vacías del colegio. Seguro que muchos expertos han estudiado el tema y propuesto soluciones legales para que se pueda hacer que los horarios escolares y los laborales vayan un poco más acordes.

Por último se debería explicar a la sociedad que los progenitores que se acogen a una reducción de jornada por maternidad o paternidad no cobran las horas que no trabajan. Algunas veces me he sorprendido de que a la gente le parezca un abuso este derecho del trabajador, que además de tener un hijo a su cargo pasa a cobrar menos, aunque, afortunadamente, cotiza por sus 8 horas igualmente. Algo hemos avanzado con esta medida que es de gran apoyo.

Legislación, políticas de apoyo a la natalidad y a la familia y concienciación social. Tener hijos y criarlos educándolos como personas es un bien no sólo para sus padres sino también para la sociedad en su conjunto. Reconocimiento de los niños de hasta cinco años como superdependientes, no a efectos de cobrar ningún subsidio sino de derechos y ventajas sociales y de instar a la solidaridad. Mientras no veamos así el problema parecerá que seguimos quejándonos, y no buscando soluciones que dejen un mundo mejor a las generaciones venideras.

Entre singles y pringles

También podría titularlo "las vueltas que da la vida", pero es más tópico. El caso es que tengo una buena panda de amigas singles, y otra de pringles (dícese de la que tiene pareja pero no hijos). El otro día en el transcurso de una cordial cena salió el tema de lo molestos que pueden llegar a ser los niños, y la sabiduría de quien restringe la entrada de estos desagradables seres a sus negocios, por el bien común, y las singles pringles corrieron a mostrarse favorables a la medida alegando cuestiones como el derecho a la tranquilidad, el silencio, la armonía y el orden.

Cuando estábamos en el fragor de la discusión, mientras yo me encastillaba en atacar este tipo de discriminación, alguien me dijo "tú piensas eso porque tienes niños". Pues claro, le dije, antes pensaba como tú.

El asunto no es nuevo en absoluto. Vamos, lo de cambiar de idea según transcurre tu vida es de la época de Matusalén. Lo irrisorio es pensar que uno siempre va a opinar lo mismo de todo. Algunos ejemplos.

¿Hay cosa más tediosa que verse en el medio de cinco o seis mamás intercambiando opiniones si uno no tiene hijos, ni ganas de tenerlos? No. Ya no te digo nada si en vez de mamis son embarazadas, que si la lactancia, que si la diabetes gestacional, que si la toxoplasmosis, una auténtica tortura con envoltorio sumamente empalagoso, además de desagradable si se tocan algunos puntos. ¿y las bodas? Terrible, quien quiere que le cuenten los preparativos de una boda ajena punto por punto, o peor aún, le muestren 200 fotos una tras otra, seguidas de un video.

Esto en cuanto a temas de conversación. Pero ¿y los niños? Gritos, peleas, cosas que caen una y otra vez al suelo. Mirar un niño tirado en el suelo pataleando y llorando es automáticamente pensar "una buena chaparreta es lo que hacía falta aquí". Excepto, claro está, si sabes lo que es tener un niño de 2 años. Excuso a quien aún no tiene hijos pero quien ya tiene una edad y los hijos criados y arruga la nariz ante esto no tiene perdón de Dios.

Queridas single-pringles. Sé que no me creeréis, y me da igual, pero todas, una por una, iréis cambiando vuestros pareceres de casi todo lo relativo a la cigüeña y sus consecuencias cuando tengáis hijos. Es ley de vida. Y responde a un cambio psicológico y físico, inevitable e imparable. Pasar de ser tú contigo mismo a tener pareja ya implica volverse vulnerable y diferente, pero tener un hijo es algo que nadie que no lo tenga puede entender, es imposible. El instinto hace que su protección sea lo primero y es algo que es difícil evitar.

Os espero al final del camino y me contáis. Hasta entonces... qué soledad!

Recuérdamelo mañana

Podríamos denominar así a la versión moderna del "Vuelva usted mañana" de Mariano José de Larra. Es curioso que ni siquiera la fuerte crisis económica que estamos padeciendo haya conseguido espabilar comercialmente a quienes no tienen el más mínimo interés en vender más de la cuenta.

Ayer por la mañana llamé al concesionario oficial de mi coche para comentarles una avería y ver cuándo me lo podrían solucionar. Siempre que me enfrento a estas llamadas doy un amplio margen para salvar las pocas ganas de trabajar de quien pueda estar al otro lado del teléfono o detrás del mostrador, pero ni aún así. Una chica muy amable me dijo que, dado que la avería era urgente -el coche no cerraba, me haría un hueco. Afortunadamente estoy de baja por maternidad así que cuando algo se estropea o requiere de un trámite administrativo salto de alegría.

Bajé sin perder un minuto al concesionario pero cuando llegué allí las pocas ganas de trabajar del jefe de taller chocaron estrepitosamente con la buena intención de la recepcionista, y me dijo la susodicha frase: "vuelva usted mañana". Para ser más precisos empezó por frotarse la barbilla, resopló un par de veces y luego -obvio el "parece que no cierra"- me dijo "bueno, déjamelo aquí y a ver si le podemos echar un vistazo". Esto, cuanto menos, asusta. Y alguien con muy pocas luces se daría cuenta enseguida de que eso significa estar sin coche una semana, así que le dije que sólo lo dejaba si lo iban a arreglar, ya que no podía prescindir del coche, vivo fuera de la ciudad...

Lo más gracioso del asunto es que para animarlo con la reparación, aproveché y pedí presupuesto para arreglar todos los rasponazos del coche, yo les llamo heridas de guerra, algo que calculo en torno a unos 500 euros. Ni aún así, lo miró por delante, lo miró por detrás, y me dijo, "si eso, recuérdamelo cuando lo traigas".

Es surrealista que en lo más profundo de la crisis económica, en un escenario en el que nadie arregla más que lo imprescindible para que el coche ande, y con un taller lleno de empleados más bien poco atareados, alguien te diga que le recuerdes otro día que te presupueste una reparación. Sin duda cualquier otra persona con un poquillo más de nervio comercial aparecería a los cinco minutos ante el cliente con el presupuesto en la boca, pero "Spain is different" y, yo añadiría, "Galicia Canibal"... por no decir otra cosa.

 

Haciendo calceta

Desde que empecé a trabajar a los 23 años hay algo que logra sacarme de quicio prácticamente todas las semanas un par de veces. Pero ahora que tengo un hijo, me enciende tanto que me dan ganas de asaltar el Ministerio de Igualdad y preguntarles qué coño hacen todo el día que no toman cartas en el asunto. Me refiero al trabajo de las mujeres, me explico.

Lunes 7.30 de la mañana. Estás haciendo un café y la vitrocerámica pega un estallido. Te quedas sin luz. Intentas subir el interruptor pero sigue saltando. En fin. Te cagas en todo, te duchas a oscuras y sales tarde, sin café y con el niño a cuestas a tu recorrido guardería-atasco-oficina. En algún momento en que consigues que el jefe no te vigile ni te oiga llamas a un electricista, en el seguro ni lo intentas, seguro que sólo cubren estallidos si en ese momento entra un elefante y salta encima de la placa. Voy a eludir la parte en que llamas a tres electricistas, todos quedan en pasar y transcurridos 15 días ninguno se ha presentado ni te coge el teléfono. Consigues hablar con un electricista competente. Te dice que se pasará -nunca concretan- y le ruegas que por favor te llame antes. Es inútil, cualquier mañana en torno a las 11 te dice ¿me puedo pasar?. Tratas de explicarle de nuevo que trabajas y tienes que saberlo con más antelación, que no puedes largarte de la oficina cuando a él se le antoje pasarse... buf!. ¿Por qué, por qué, por qué... en este país, todos los técnicos del mundo siguen presuponiendo que las mujeres estamos en casa pierna sobre pierna todo el santo día?

Martes, uno cualquiera, en la Seguridad Social. Has tenido que pedir hora por la mañana porque no hay ningún pediatra de tarde en el centro de salud. La matrona tampoco atiende más que entre las 11 y las 13.30 h! Qué país. Así que has juntado las dos citas en un día, pidiéndolas con varios meses de antelación. Has hecho el pino con las orejas para solucionar todo en la oficina, y a las 13 horas, haciendo un quiebro entre tu jefe, alguna compañera solidaria y un cliente insistente te escapas cagando leches a la guardería del niño. Lo coges a medio comer. Lo metes en el coche y vas con el tiempo pegado al culo. Afortunadamente encuentras sitio para aparcar en la primera vuelta, si no, no habrías llegado. Sacas al niño, montas la silla, cierras el coche y sales corriendo literalmente hacia el centro de salud. La matrona está en un -1 sin ascensor!!!, así que cojes los cerca de 15 kilos del niño más la silla y bajas las escaleras echando los hígados. Llegas justo en hora a la matrona. Respiras antes de entrar y tras 2 minutos, sólo necesitabas un papel que te podía haber dado directamente el médico pero no le ha dado la gana, sales con el papel entre los dientes. Todo va sobre ruedas hasta  que te empiezan a llamar al móvil, tratas de solucionar problemas de tu compañera y varios clientes. Te llama el pediatra, el niño se ha dormido, claro. Te receta un medicamento que tomará durante 8 meses, pero claro sólo te da una receta, el mes que  viene vienes a por otra y así vas echando la mañana, como los jubilados. Hasta que te echen del trabajo.

Ojalá algún día los pijimierdas de los médicos y las estirafuncionarias de muchas enfermeras o administrativas del sector sanitario entiendan y se enteren de una puta vez que las mujeres en este santo país, las de mi generación, trabajamos, coño. Y no podemos estar todas las mañanas a la hora que a cada uno se le antoje haciendo cola para suplicarles una receta. Es más, no solo trabajamos, sino que COTIZAMOS, cosa que las amas de casa, profesión muy respetable y cuyo trabajo debería tener una remuneración, sin duda, no hacen. Así que... ¿por qué una mujer con disponibilidad horaria total que no cotiza goza de una mejor asistencia sanitaria que yo? Trini, contesta. Aido, toma nota.

Da igual a dónde vayas, al dentista, al taller del coche, al médico, pero especialmente, al Ayuntamiento, a la Xunta, a cualquier organismo oficial, siempre, todo, será en un escueto horario de mañana, presuponiendo, asquerosa e injustamente que las mujeres estamos toda la mañana en casa haciendo calceta. O no?

 

Vidas vacías en Callejeros

Probablemente el título de este artículo evoca a los sin techo, a los más desfavorecidos o los marginados sociales. Pero no. En quien pienso en este momento es en el puñado de pijo-ricos que ayer pude ver en el programa de Cuatro "Callejeros", grabado en Dubai.

No recuerdo su nombre, sólo que era rubia de bote, tenía los labios y probablemente la nariz operada y era "artista". Me pregunto para qué sirve ser artista en una ciudad donde el 80% de la población vive en ratoneras y cobra 150 euros al mes. Cuando arrancó el programa me pareció que prometía, pero a medida que fueron mostrando las vidas vacías de una serie de afortunados millonarios, en contraste con los obreros que construían sus casas me di cuenta de que el programa era indecente.

La mujer mostraba orgullosa su "dúplex", denominándolo con una palabra para mí desconocida pero que demostraba que su nivel intelectual no pasaba de ahí. La casa era una mansión como las de las revistas, el vestidor te dejaba tonta, y el bronceado... ése que solo tienen esas personas que no se dedican básicamente a nada. Lo que me empezó a encender fue lo que dijo después. Cuando mostró sonriente su coche a cámara, "conduzco un hummer", dijo, "así estos mosquitos no me hacen nada". Se refería a que cualquier persona de clase baja que condujera sus cuatro latas de coche quedaría mucho más perjudicada en un choque contra su "hummer". Hay que ser retrasada mental para hacer ese comentario.

Seguí viendo el programa de bastante mal humor. Las "mujeres de" completamente occidentales que salían después tampoco aportaban mucho al reportaje, sólo me parecieron medianamente normales una chica y un becario que contaban algunas cosas de interés. Luego supe que la chica era la que murió en un accidente de avión.

Me pregunto qué pasa por la mente de esta gente que sale de España tantas veces sin ser absolutamente nadie y llega a países donde son acogidos como la clase social más alta, viviendo en el medio de tanta miseria. Me pregunto si realmente su único interés en el país lo suscitan los baratos mercadillos y los caros restaurantes, las imitaciones de Versace o los pobres indios que venden telas en los mercados a los que aún encima de ser pobres les regatea una tía que paga 4.000 euros de alquiler al mes por una vivienda más que digna. Y desde luego, me pregunto qué formación cultural tiene una reportera que pregunta a una segunda mujer de un polígamo si no "tiene celos". A mí también me repugna la poligamia, me parece profundamente machista, pero mi sentido común me dice que si lo aceptan culturalmente es porque no saben lo que son los celos.

En el programa hubo mil detalles más... chicos con lacoste y chicas vestidas de Carolina Herrera se metían en los pisos donde se hacinaban los obreros pakistaníes y arrugaban la nariz mientras les preguntaban cuánto cobraban... "150 euros" repetía el pijo, y miraba a la cámara arqueando las cejas. Pues sí, puñado de nuevos ricos, sí. Es que hay gente que ha nacido en la miseria, que tiene a su familia en la India, y se embarca como obrero de la construcción en las islas de los ricos de Dubai, dejándose las uñas durante más de 9 horas al día para poner su parqué de lujo, o alicatar sus 3.000 metros cuadrados con playa privada, y a final de mes, cuando cobra, en lugar de irse de mercadillos lo envía todo a su país, privándose hasta de lo más elemental para sostener a sus hijos.

¿Quién tiene ahora una vida vacía?

Benditos carteros, malditos funcionarios

Siempre me ha dejado perplejo el trabajo de los carteros. Con su paquete de cartas de aquí para allá. Algunos lo hacen por vocación, otros por necesidad, pero el hecho es que las cartas llegan siempre a su destino, y algunas con sorprendente rapidez.

Me sucedió hace sólo unos días. Envié un sobre con un pequeño marco de fotos a una amiga que vive en Frodsham, cerca de Liverpool. Lo dejé un martes al mediodía en la oficina de correos de un centro comercial, me atendió un vecino mío que trabaja allí, y dicho sea de paso es sorprendentemente amable para trabajar en Correos. El jueves, mi amiga me llamó para agradecerme el detalle. Lo envié por correo ordinario, y en dos días escasos viajó de mi mano a su buzón de correos a miles de kilómetros y con el mar por medio.  

El contrapunto a este bucólico artículo lo pone el funcionario de turno cada vez que voy a franquear algún envío. Hoy mismo, sin ir más lejos, llevé unas cajas perfectamente precintadas y etiquetadas para dentro de la provincia. La mujer que me atendió comenzó diciendo "esto viene fatal". Como siempre hago, traté de quitar hierro al asunto preguntando cómo quería que lo pusiera y ofreciendome a retirar las etiquetas y ponerlo de otro modo. La actitud en lugar de mejorar fue empeorando... " es que esto no lo lee una persona, sino una máquina, ¿entiendes? y el nombre está muy pequeño, viene muy mal". Una vez que me cobró salí de allí a la carrera y la dejé con su mal día, despotricando. Sobre todo porque trato de huir de quienes tienen la costumbre de pensar que sólo sus problemas son problemas y al resto la vida nos resulta muy fácil.

Otro ejemplo más fue en septiembre. Yo estaba embarazada de ocho meses y por cuestiones de trabajo tuve que llevar ocho cajitas pequeñas a otra oficina de Correos. Faltaban diez minutos para cerrar, de hecho, llegué con la lengua fuera, y tuve la premonición de que no me iba a atender. Se cumplió. El semifuncionario postal amargado de turno, miró mis cajas (después de que yo esperara tres largos turnos), ni vio ni quiso ver mi enorme barriga y me dijo "ya no da tiempo, venga por la tarde". Me di media vuelta, cogí mis cajas y volví con ellas hasta el coche acordándome de su santa madre.

Podría enumerar una a una otras muchas situaciones similares pero llegaríamos siempre a la misma conclusión. Y es que estos semifuncionarios del tráfico terrestre de escritos y mercancías se creen dioses. Ellos deciden en su sempiterna ventanilla quien envía y quién no envía algo. Reprenden a diestro y siniestro a quien no escribe correctamente, pone la dirección un poco más arriba o no apunta el remite. Pero lo mejor sin duda son las amenazas: "esto así no va a llegar". "¿Cómo dice?" contestó en una ocasión una compañera mía... "debería llegar, ¿no le parece?".

Y el hecho es que al final siempre llega. Llega gracias a que los carteros del saco a la espalda no son como ellos. Cuando entran en mi empresa siempre dicen buenos días, sonríen y hablan del tiempo. Y eso que muchas veces las ojeras o la expresión de su cara deja ver los problemas diarios de muchos de ellos. La diferencia es que piensan que seguramente no son los únicos que los tienen, y tienen razón.

El día que privaticen Correos espero que suban el sueldo a todos los carteros y al funcionario amable (mi vecino), y echen a todos los que con el gesto amargado y la reprimenda fácil a quien viene con paquetes hasta en las orejas hacen que mi día muchas veces sea un poco peor.

La gran mentira

Pertenezco a la generación de la gran mentira. En el colegio nos contaban que había que estudiar mucho para forjarnos un futuro. En realidad, todos conocemos al típico compañero perezoso que se quedó en el camino y lo metieron a hacer FP, porque eso era lo que hacían los que no querían estudiar.

Al llegar a la universidad nos recibían como si fuéramos la elite de la intelectualidad. Profesores sesudos y engominados sacaban sus apuntes amarillentos y nos dictaban lo que en su día habían copiado ellos en clase de grandes figuras. Figuras que habían sido muy cultas y que probablemente tienen una calle en algún lugar.

Al salir al mercado laboral empezamos a darnos cuenta de la situación real. Éramos los más cultos del mundo, la cabeza bien amueblada, como se suele decir, unos conocimientos técnicos que en la mayoría de los casos servían de poco o nada. Algunos prepararon oposiciones y las sacaron; seguramente fue la mejor inversión de su vida. Otros movieron los hilos familiares y consiguieron trabajar en empresas grandes y solventes, y cuando eran la envidia de todo el mundo estas empresas quebraron y los dejaron en la mismísima calle. Otros empezaron desde abajo, primero un trabajo mediocre, luego otro mejor, y así sucesivamente, pero nunca aquello que habías imaginado, eso desde luego. Los menos afortunados llegaron a los 35 viviendo con sus padres, y malviven dando cuatro clases en alguna academia o trabajando de teleoperadores. Todos, en algún momento, han tenido que recurrir al paro.

¿Y qué pasó con los otros? Los menos listos, los vagos, los que no pasaban de curso ni a tiros. Uno abrió un bar con dinero de papá y mamá y hoy es un empresario de éxito. No le hizo falta estudiar, solo los ahorros familiares, echarle ganas y acertar con la zona y la clientela. Otro se hizo albañil. Al principio era un desastre, venía a casa lleno de porquería y era la vergüenza de la familia, pero poco a poco fue prosperando, montó su propia empresa de reformas y ahora redecora locales de moda estilo zen cobrando una pasta.

Cuando yo era pequeña y aún no había descubierto la gran mentira a veces en casa se estropeaba un grifo. Enseguida que mi abuela o mi madre lo llamaban ya estaba el fontanero en casa rascándose la cabeza, con un pitillo en un lado de la boca y diciendo "esto hay que picar todo" y "no sé cuándo estará listo". Era un tipo más bien bajito y gordito, con pinta de torpe y que olía bastante mal (algo lógico teniendo en cuenta que venía de "picar todo" en un montón de casas, o eso me decía mi madre). A las 12 sacaba un bocadillo envuelto en papel de estraza y hacía una pausa. A mi abuela le daba pena y le sacaba una cerveza o le daba dinero para un café.

Hoy las cosas han cambiado. Yo me mato a trabajar por un sueldo que se me va en la hipoteca, la cesta de la compra, la luz, el agua, el gas y el coche. Vivo al día, sin lujos y sin necesidades, pero al día. Eso sí, soy licenciada, y muy culta. Cuando se me estropea la lavadora primero lloro, porque tengo un niño de 5 meses que ensucia un kilo de ropa al día. Después llamo al seguro, que me cuesta una pasta cada año, y resulta que a pesar de mi licenciatura no he sido capaz de ver que en la letra pequeña pone que no están cubiertas ese tipo de averías. Preparo la cartera, ahorro comprando más productos de marca blanca y al mes siguiente llamo al fontanero. Es justo antes de Semana Santa. No puede venir hasta dos semanas después porque resulta que se va con la familia a esquiar a San Isidro, a un hotel que yo probablemente no me planteo pagar sin endeudarme. Pasado un tiempo lo vuelvo a llamar, y me dice que se va a pasar por mi casa un día de esta semana. Hago encajes de bolillos para estar fuera el menor tiempo posible, pero no aparece, porque está muy ocupado. Cuando por fin se digna a venir, tras una tercera llamada suplicante, se acerca al tendedero pero sin entrar. Trae zapatos castellanos, un vaquero y un jersey burberrys, y tiene el cochazo en doble fila. Cuando se agacha se le ve la gomilla del boxer de calvin klein. Huele a perfume de alta gama y viene engominado. Mira la lavadora de lejos y me dice que eso va a ser del grifo, y que hay que cambiarlo, pero son 40 euros la hora, 20 el desplazamiento, y aparte el grifo, que son 6 euros. Le suplico que me lo arregle aunque terminemos el mes comiendo patatas cocidas, y al final me ve tan agobiada que me invita él a un café en el bar de abajo. Al final es majo el tío.

Cuando le digo a mis padres que voy a colgar mis estudios y hacerme encofradora, para que me lluevan las llamadas de trabajo, aún me miran con disgusto. Sé que se han matado a trabajar para que yo estudiara, eso es quizá lo único que aún me frena. Si volviera a nacer, desde luego, primero haría algún cursito técnico y me pondría a trabajar, y después, pasados algunos años, me matricularía en los estudios que más me gustaran y los haría lentamente, disfrutando, y gozando del bagaje que da el trabajo seguro y el dinero en la cuenta corriente. Seguro que hay quien piensa que estoy desengañada. No, lo que pasa es que me siento estafada y víctima de una gran mentira social y educativa. Y eso que yo soy de las que he tenido suerte. Queda por ver qué le contaré yo a mis hijos.

El Aerochamber

Ser mamá es durísimo, tanto que deberían enseñarlo en las escuelas, pero si aún no has usado el aerochamber, no sabes lo que es tener un bebé. 

El peque se puso enfermo el otro día por enésima vez, en realidad lleva enfermo desde los 3 meses sólo que va presentando una sucesión ininterrumpida de síntomas cada vez más chungos y preocupantes. Cada vez que esto sucede acabamos desembolsando entre 100 y 200 euros aproximadamente. Todo es insultantemente caro: la leche, los pañales, las papillas, los biberones, pero el aerochamber se lleva la palma.

Resulta que esta semana el problema es el asma. Saco la libreta, pongo mis facultades a tono y trato de entender las complejas explicaciones de la doctora, que cada vez me da 3 ó 4 medicamentos diferentes y cada vez más caros. Hay que darle ventolín al niño, pero como no lo sabe inhalar hay que usar el aerochamber, es decir, hay que empezar por desembolsar 40 eurazos.

Roberto había hecho la complejísima mezcla del antibiótico, no puede venir ya hecha, no, así que yo traté de empollarme las instrucciones de la camarita que aparte de venir hasta en swahili miden un metro cuadrado, con lo cual tengo que tirarme en el suelo. 

A ver, "antes del uso examine cuidadosamente el producto por si trajese algún objeto extraño", ya jodería que después de pagar 40 euros por sus completos controles de calidad, el producto traiga "algún cuerpo extraño", en cualquier caso no me daría cuenta porque es la primera vez que lo veo. Ya empezamos "si es necesario, utilice sólo el inhalador de dosis prefijada (IDP) (Ya empezamos con las siglas) hasta obtener un reemplazo"... si alguien entiende qué narices significa esto que me lo explique.

En las instrucciones viene todo dibujado con un osito, que al final del proceso respira muy bien... pero suponemos que la prueba hay que hacerla con el niño. En cualquier caso sólo teníamos a mano un gusano de colores,  y desconocemos si puede tomar ventolín. Desde luego hubiera sido más fácil dárselo a él, porque no se mueve.

"Utilice el IFI flow-Vu para asistir en la coordinación de esta maniobra". La coordinación es ciertamente complicada, quizá más complicada que recorrer una pista de hielo con zapatos de suela y dos docenas de huevos en cada brazo... y además el niño, que evidentemente no quiere respirar por una mascarilla, lucha contra nosotros como si lo estuvieramos matando: chilla, se retuerce, mueve cabeza y brazos a la vez, llora, tose e incluso vomita.

Ja ja. Al parecer hay que contar 20 respiraciones... aguantamos dos y acabamos agotados. La verdad es que el ventolín estaba caducado hacía unos días y traía las instrucciones en griego, fue el que compré en la luna de miel, cuando aún veíamos la paternidad como algo dulce y sencillo a la vez. Así que hoy hemos tenido que comprar otro, 6 euros más.

Mi marido me preguntó si limpiaba el aerochamber, resulta que aún encima hay que limpiarlo una vez por semana, más que mi casa. "Coloque en una solución suave de detergente líquido para vajilla y agua tibia por 15 minutos", no especifica si hay que darle un suave masaje mientras tanto, seguro que no se le ocurrió al cabrón que hizo las instrucciones, si no...  "Para rearmar, centre el elemento de alineación en la parte trasera con el IFI  Flow-Vu como se muestra". Decididamente no lo vamos a lavar, si acaso le pasamos un agua, porque "rearmarlo" parece complicado, y dado que las instrucciones están traducidas por algún espabilao con el traductor automático de google del inglés, y que costó lo que costó, mejor no meneallo. Eso.

El niño no sabemos si respira mejor, pero nosotros respiraremos aliviados cuando terminemos el complejo tratamiento y recuperemos fuerzas, antes de enfrascarnos en algún complejo cuidado infantil más que sin duda nos deparará el futuro.